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Otra realidad

Cerramos la puerta de la Galería y… entramos en otra “realidad”.  Atrás se nos queda esa realidad natural que nos envuelve.

Antes de entrar aquí, no paseamos la Gran Vía mirando las afiladas líneas de remate de sus arquitecturas. El pincel de Juan Carlos nos abaja esas alturas derramando chorros de una luz, que es suya, hasta vestir viandantes de aceras y escaparates del comercio.

Color y visión luminosa, aura sólo creada en el arte, son sus señas de identidad. Empapuzándonos en calles, edificios, blanquiazules coqueteos de sus marinas, recortes lumínicos de enseres domésticos y serenidad colorista de retratos, se reiteran, leit-motive irrenunciable, esos sus dos sellos de identificación. Y hay que aislarse y entrar en esa mágica invitación que es todo cuadro.

Estamos ya dentro… ¿qué vemos… y qué sentimos? Un aura nos envuelve: luz tamizando. Ya no están, en su forma, los tradicionales sujetos de los cuadros. Aunque sí los reconocemos. Sino ese fino aire de ciudad capitalina, hermanada con las salpicaduras saladas de sus mares y la expresividad lumínica de sus personajes. Transparentes todos convertidos en impacto de una irrepetible luz protagonista. 

José María Méndez Brieva

Crítico de arte

 

 

.... al corazón le cuesta amar lo que el ojo no ve.

… tardi ama il cor quel che l’occhio non vede. (Rima 258, Miguel Ángel Buonarroti)

Corren malos tiempos para la lírica (ya lo decía Golpes bajos en 1988) y, también, para la educación artística. Parecería que todo esfuerzo escolar debe orientarse hacia la integración-sumisión de niños y jóvenes en una sociedad dependiente de la salud de los mercados y las cuentas de Bruselas. Sin embargo, es cada vez más necesario dejar pasar la luz de las humanidades, de las letras y las artes para que nuestros alumnos decidan por sí mismos que quieren ser y hacia dónde pretenden ir. No imaginamos a un recién-estrenado-mayor-de-edad sin haberse abstraído con los cuartetos de cuerda de Beethoven, paladeado los versos de Luis Cernuda (Creo en la vida,/creo en ti que no conozco aún,/ creo en mí mismo;/ porque algún día yo seré todas las cosas que amo:/ el aire, el agua, las plantas, el adolescente.) o desgarrarse ante el grito puntiagudo de la madre del hijo-víctima del Guernica. No podíamos intuir que esto sucedería y está pasando. En este combate está perdiendo quien educa regando la creatividad como expresión de lo humano: dibujando, cantando, pintando, escribiendo poemas, acariciando las cuerdas de un violín o mezclando los colores para alimentar un pincel que maride con un lienzo puro. ¡Que no triunfen los jóvenes ignorantes! Se oye el grito de sus profesores, rebelados contra la infamia de la desigualdad económica y cultural; al fin y al cabo de una se va a la otra y viceversa.

Juan Carlos Méndez, desde su taller de pintura, rompe con la mediocridad pretendida y crece con el empeño de democratizar el óleo y las acuarelas en un menú repleto de platos excelentes. Si en la escuela se reduce la creatividad a las horas del recreo, en su estudio se ofrece un abanico de  experiencias a los más pequeños para que descubran que una hoja en blanco sirve para pensar mundos fantásticos de monstruos, mascotas, paisajes con árboles diminutos y soles gigantes, donde las flores ríen y las montañas simulan las espaldas de un dinosaurio. Ningún niño, ninguna niña rechace la comunión con el pastel, el perfume del color o el ritmo del lápiz, bailarín travieso sobre el papel, porque en este ánimo radica la sensibilidad que mantendrán en el paraíso perdido de los adultos. Siento que Juan Carlos reivindica a cada momento las palabras de Picasso cuando dijo que  “todos los niños nacen artistas, lo difícil es seguir siendo un artista cuando crecemos.” He aquí que la dificultad se vuelve desafío y su docencia se transforma en magisterio cuando los mayores queremos aprender a pintar. De tú a tú, de igual a igual, impulsa el deseo de la expresión reprimida en la escuela para que los adultos nos sintamos –o al menos nos contaminemos del deseo de serlo- un poco artistas. Nadie nos estudiará, ni defenderá una tesis doctoral sobre nuestra etapa “acuarelas más-que-aguadas de marinas tristes”, nunca tendremos una retrospectiva en la Tate Gallery o un crítico que nos castigue por nuestros azules plomizos, pero tampoco nadie nos robará los momentos de felicidad que compensan el diezmo que pagamos los mayores por vivir en un mundo gris peine. Cada vez es más necesario aprender a ver, no sólo a mirar como zombies: la realidad debe ser filtrada por la inteligencia, educada en la sensibilidad por el arte. Hace años, cuando retomé los pinceles y el agua en el estudio de Juan Carlos, entendí de otra forma el verso del artista florentino que encabeza este texto: Al corazón le cuesta amar lo que el ojo no ve.

José Luis De Los Reyes Leoz

Profesor de Historia 

Universidad Autónoma de Madrid.

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